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sábado, 9 de agosto de 2014

ANÄIS NIN - FRAGMENTOS DE SU LIBRO "DELTA DE VENUS" - RELATOS ERÓTICOS

El sexo debe mezclarse con lágrimas, risas, palabras, promesas, escenas, celos, envidia, todas las variedades del miedo, viajes al extranjero, caras nuevas, novelas, relatos, sueños, fantasías, música, danza, opio y vino.







Anäis Nin fue una escritora francesa que vivió entre el 1903 y el 1977. Vivió y trabajo en París, Nueva York y Los Ángeles.


Autora de novelas vanguardistas, término que se utilizó para denominar en el terreno artístico, las llamadas vanguardias históricas, una serie de movimientos artísticos de principios del siglo XX que buscaban innovación en la producción artística.


A la temprana edad de los once años, comenzó a escribir sus famosos diarios (unos escritos autobiográficos que la han dado la fama) denominados más tarde como Diarios de Anäis Nin, compuestos por siete volúmenes, que escribió en la increíble cantidad de 3500 páginas.






DELTA DE VENUS


Delta de Venus es un libro compuesto por pequeñas historias, en ellas, Nin escribía relatos eróticos para un comprador privado, y fueron publicados tras su muerte, en 1978.


En esta novela, escrita en la década de los 40, Anais Nin describe situaciones eróticas de diferente índole sexual, la mayoría de ellas muy tabú para la época.


Por ejemplo a menudo hablaba del incesto, la homosexualidad, la prostitución o la infidelidad.


Pero todo ello sin alejarse de algo que era esencial en la obra de Nin, la descripción de la mujer en estos relatos, y el estudio de la misma. Es decir, todas esas situaciones, unas realmente eróticas, otras escabrosas, descritas desde el punto de vista de una mujer (que a menudo se llega a suponer que era ella misma).


Los relatos que describe Nin en Delta de Venus están completamente separados unos de otros, nada los une, solo el tema: el sexo, el erotismo, el morbo.


Fragmentos del libro:







" .. El placer que experimentaba Mathilde acariciando a los hombres era inmenso, y las manos de éstos se deslizaban sobre su cuerpo y lo arrullaban de tal manera, tan regularmente, que raras veces la acometía un orgasmo. Sólo adquiría conciencia de ello una vez se habían marchado los hombres. Despertaba de sus sueños causados por el opio, con el cuerpo aún no descansado.

Permanecía acostada limándose las uñas y aplicándose laca en ellas, haciendo su refinada toilette para futuras ocasiones y cepillándose el rubio cabello. Sentada al sol, y utilizando algodón empapado en peróxido, se teñía el vello púbico del mismo color que el cabello. 

Abandonada a sí misma, la obsesionaban los recuerdos de las manos sobre su cuerpo. Ahora, bajo su brazo, sentía una que se deslizaba hacia su cintura. Se acordó de Martínez, de su manera de abrirle el sexo como si fuera un capullo, de cómo los aleteos de su rápida lengua cubrían la distancia que mediaba entre el vello púbico y las nalgas, terminando en el hoyuelo al final de la espalda. ¡Cuánto amaba él ese hoyuelo que le impulsaba a seguir con sus dedos y su lengua la curva que se iniciaba más abajo y se desvanecía entre las dos turgentes montañas de carne!

Pensando en Martínez, Mathilde se sintió invadida por la pasión. Y no podía aguantar su regreso. Se miró las piernas. Por haber permanecido demasiado tiempo sin salir, se habían blanqueado de manera muy sugestiva, adquiriendo el tono blanco yeso del cutis de las mujeres chinas, esa mórbida palidez de invernadero que gustaba a los hombres de piel obscura, y en particular a los peruanos. Se miró el vientre, impecable, sin una sola línea fuera de lugar. El vello púbico relucía ahora al sol con reflejos rojos y dorados..."





"¿Cómo me ve él?", se preguntó. Se levantó y colocó un largo espejo junto a la ventana. Lo puso de pie, apoyándolo en una silla.

Luego, mirándolo, se sentó frente a él, sobre la alfombra, y abrió lentamente las piernas. La vista resultaba encantadora. El cutis era perfecto, y la vulva rosada y plana. Mathilde pensó que era como la hoja del árbol de la goma, con la secreta leche que la presión del dedo podía hacer brotar y la fragante humedad que evocaba la de las conchas marinas. Así nació Venus del mar, con aquella pizca de miel salada en ella, que sólo las caricias pueden hacer manar de los escondidos recovecos de su cuerpo..."





(Fragmento del cuento "Mathilde" en "Delta de Venus". Cuentos eróticos. Anäis Nin.)






" ..Sus caricias poseían una extraña cualidad. Unas veces eran suaves y evanescentes, otras, fieras, como las caricias que Elena había esperado cuando sus ojos se fijaron en ella; caricias de animal salvaje. Había algo de animal en sus manos, que recorrían todos los rincones de su cuerpo, y que tomaron su sexo y su cabello a la vez, como si quisieran arrancárselos, como si cogieran tierra y hierba al mismo tiempo.

Cuando cerraba los ojos sentía que él tenía muchas manos que la tocaban por todas partes, muchas bocas tan suaves que apenas la rozaban, dientes agudos como los de un lobo que su hundían en sus partes más carnosas. Él, desnudo, yacía cuan largo era sobre ella, que gozaba al sentir su peso, al verse aplastada bajo su cuerpo. 

Deseaba que se quedara soldado a su cuerpo, desde la boca hasta los pies..."


(Fragmento del relato "Elena", en "Delta de Venus". Cuentos eróticos. Anäis Nin)






Sus obras:


*Incesto


*Delta de Venus


*Diarios de Anäis Nin


*Henry y June



Anäis Nin en Cuba




" ..Hay dos modos de llegar a mí, mediante los besos o la imaginación. Pero existe una jerarquía; los besos por sí solos no bastan." 



Anaïs Nin