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lunes, 9 de enero de 2012

NÂZIM HIKMET - "TEMBLAR SIEMPRE DE FRÍO"


NÂZIM HIKMETPoeta, dramaturgo y novelista turco nacido en Salónica, (hoy ciudad griega), en 1902.

Estudió en el liceo Galatasaray e ingresó en la Academia de Marina. Abandonó Estambul tras la caída del imperio para trasladarse a Anatolia, donde Kemal Ataturk sentaba las bases del nuevo Estado. Fue objeto de represalias por un artículo contra el sultán y deportado, tras lo cual se exilió en Rusia.

Estudió filología en la Universidad de Moscú y al cabo de cuatro años regresó a la Turquía republicana, donde, a partir de 1929, se hizo famoso por la serie de artículos "Derribemos a los ídolos", en los que desmitificaba el valor de las grandes figuras literarias relacionadas con el poder político. Marginado por ello, dejó de publicar y se dedicó a escribir guiones cinematográficos.

Sin embargo, bajo la falsa acusación de "incitación a la rebelión", fue condenado a veintiocho años de cárcel, de los cuales cumplió más de trece. Un importante movimiento internacional, encabezado en 1949 por T. Tzara, se organizó para lograr su libertad. Conseguida ésta luego de una dramática huelga de hambre, prosiguieron las persecuciones y las dificultades, por lo que, enfermo, inició un nuevo exilio en Moscú, hasta su muerte.

Hikmet cultivó diversos géneros literarios, si bien fue como poeta que alcanzó la universalidad, además de convertirse con ella en el renovador de la lírica turca. Ya con sus primeras publicaciones, 835 líneas (1929),1+1=1 y Tres golpes (1930), prácticamente acabó con la rígida tradición poética del Diván. Antes de ser encarcelado publicó La ciudad que perdió la voz (1931, que le valió su primer proceso), ¿Por qué se ha suicidado Berenice? y Telegrama nocturno, en 1932, el mismo año en que aparecieron dos de sus obras de teatro, El cráneo y La casa de un muerto.

En 1935 publicó Cartas a Taranta-Babú contra la intervención fascista en Etiopía y, por entregas, la novela La sangre no habla, así como varias obras dramáticas y otros poemarios. Durante su encarcelamiento estaba prohibida la publicación y circulación de sus obras, por lo que, en lo que al teatro se refiere, las firmaba con seudónimo: es el caso de Ferhât y SirinSabâhat y Yûsuf y Züleilâ.


Su obra poética más ambiciosa y de mayor alcance.Paisajes humanos de mi país fue escrita en prisión, al igual que Poemas de las horas 21-22RubaisPoemas sobre la vida. Ya en el exilio, continuó escribiendo y publicando teatro (¿Ha existido Ivan Ivanovich?La estaciónLa espada de Damocles), la novela Qué bello es vivir, hermano mío, y una recopilación de cuentos populares, La nube enamorada.

No dejó nunca de escribir poesía, aunque ésta sólo pudo ser conocida después de su muerte, ya que en Turquía, privado de nacionalidad, su obra estaba severamente prohibida y su nombre proscrito. Hubo que esperar a finales de la década de 1960 para que su obra completa, caracterizada tanto por un intenso lirismo como por su compromiso, fragmentada y dispersa en infinidad de publicaciones extranjeras, comenzara a aparecer en su país.


Publico aquí, en traducción de Fernando García Burillo y Çagla Soykan, una selección de los poemas que Nâzim Hikmet escribió en los dos postreros años de su vida. Poemas de amor, pues el poeta, exiliado en Moscú, había vuelto a enamorarse una última vez; poemas de compromiso político, al que nunca renunció; y poemas en los que reflexiona sobre la proximidad de la muerte y la vida que siente que se le escapa:




Gracias a ti...
                                                                    
Gracias a ti
cada uno de mis días es un mundo limpio y perfumado que huele a melón.
                                                                    
Gracias a ti
todos los frutos se ofrecen a mi mano como si yo fuera el sol.
Gracias a ti sólo pruebo la miel de la esperanza.
Gracias a ti late mi corazón.
                                                                     
Gracias a ti
mis noches más solitarias son como un kilim de Anatolia que sonríe 
desde la pared. 
                                                                                                          
Gracias a ti
al final de mi camino, sin llegar a mi ciudad,
he descansado en una rosaleda.
Gracias a ti 
no dejo entrar a la muerte
que con sus cantos llama a mi puerta
vestida con sus más sutiles ropajes y me invita al gran descanso.


Me acostumbro a envejecer, es el oficio más difícil del mundo...

Me acostumbro a envejecer, es el oficio más difícil del mundo,
llamar a las puertas por última vez,
la separación para siempre.
Horas que corréis, corréis, corréis...
Trato de comprender a costa de dejar de creer.
Te iba a decir una palabra pero no pude.
En mi mundo el sabor de un pitillo por la mañana
con el estómago vacío.
La muerte antes de llegar me envió su soledad.
Envidio a los que no se dan cuenta de que envejecen,
tan ocupados están con sus cosas.



Rosa mía, niña de mis ojos...

Rosa mía, niña de mis ojos,
no tengo miedo de morir,
morir me avergüenza,
la muerte me parece una deshonra.


Tú eres mi ebriedad...

Tú eres mi ebriedad
ni me desembriago
ni puedo desembriagarme
ni quiero desembriagarme
me pesa la cabeza
tengo las rodillas destrozadas
y todo cubierto de barro
avanzo a trompicones hacia tu luz que se enciende y se apaga.


Tus manos y la mentira...

 No está nuestro planeta sostenido
por los cuernos de un buey:
Tus manos lo sostienen...

¡Qué hombres, nuestros hombres!
Los mantienen a fuerza de mentiras,
Siendo que andan hambrientos,
Faltos de carne y pan,
Y dejan este mundo, al que cargan de frutos,
Sin poder verlos en la mesa propia
ni siquiera una vez.

¡Qué hombres, nuestros hombres!
Sobre todo los de Asia, los de África,
del medio Oriente, del Cercano Oriente,
los de las tantas islas del Pacífico
y los de mi país,
es decir, mucho más del setenta por ciento
de los hombres del mundo:
Están adormecidos, están viejos,
Siendo listos y jóvenes como lo son sus manos...

¡Qué hombres, nuestros hombres!
Ustedes, mis hermanos de América o Europa,
Tan alertas y audaces,
A quienes, sin embargo, los aturden
lo mismo que a sus manos,
Y les mienten, y los hacen marchar...

¡Qué hombres, nuestros hombres!
Si mienten las antenas de las radios,
Si mienten las enormes rotativas,
Si miente el libro y mienten los afiches,
Si mienten los anuncios de los diarios,
Si mienten las desnudas piernas de las muchachas
en el teatro y en el cine,
Si hasta mienten las canciones de cuna,
Si miente el sueño, si el pecado miente,
Si miente el violinista de la boite,
Si miente el plenilunio
en las noches sin ninguna esperanza,
Si mienten la palabra,
el color y la voz,
Si miente el que te explota,
el que explota tus manos,
Si todo el mundo y todas, todas las cosas mienten,
a excepción de tus manos.

Es para que tus manos siempre sean
dóciles como arcilla,
ciegas como la noche,
idiotas como el perro del pastor,
Y para que jamás se subleven tus manos

Y para que no acabe jamás tanta injusticia
-Ideal del traficante-
Sobre este mundo nuestro,
este mundo mortal
Donde poder vivir
sería lo mejor.



A VERA...

Me dijo por qué no vienes
por qué no te quedas
por qué no sonríes
por qué no mueres
He venido
Me he quedado
He sonreído
He muerto.



SOBRE LAS LLUVIAS RADIACTIVAS...

Cerrad bien las ventanas
no dejéis a los niños en la calle
las lluvias llevan la muerte a las semillas
llueve podredumbre.
Hay que limpiar las lluvias
hay que sacar brillo de nuevo a la lluvia como si fuera plata
que las lluvias lleven de nuevo nada más que el sol a las semillas
que los niños puedan correr de nuevo bajo la lluvia
y que podamos abrir de nuevo las ventanas a la lluvia.


(*) Juan Carlos Baglietto musicalizó uno de sus poemas, "El gigante de ojos azules", que aquí os dejo, es una ternura de canción.