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martes, 4 de abril de 2017

RIÑA DE GATOS. MADRID 1936 - EDUARDO MENDOZA


Eduardo Mendoza, Riña de Gatos. Madrid 1936. 

Un libro deslumbrante, extremadamente rico. Encuentro deliciosos los redescubrimientos que proporciona del arte español del Siglo de Oro.






El argumento, o por lo menos el trozo de dicho argumento que me creo autorizada a revelar, es el siguiente: Anthony Whitelands es el prototipo del flemático profesor inglés, especialista en la pintura barroca española. No tiene una vida especialmente divertida, y sus logros en el terreno del arte son mediocres. De repente recibe el encargo de ir a Madrid a tasar un cuadro y "sin saber cómo, se había convertido en el punto de colisión de todas las fuerzas de la Historia de España”, según palabras del propio Mendoza.


Pero no es solamente que se encuentre en medio del remolino de las fuerzas políticas que zarandean el Madrid de marzo de 1936. Además, Anthony se entera de todo lo que se cuece en la capital de España, porque todo el mundo le hace confidencias. Él supone que este curioso hecho se debe a que no sabe nada de España, al menos de la España de 1936, y a su porte y flema inglesa. Está seguro que dichas confidencias un español jamás se las haría a otro español. Mendoza hace un retrato de todos los estamentos, de los políticos, la iglesia, los militares, la aristocracia española con su cerrilismo, siempre en ese tono tan especial de él. 

El inglés es un erudito de Velázquez, le encanta pasear por el Museo del Prado y, según él, ir solo a un cuadro en cada visita. Y mientras lo mira, nos regala una reflexión exquisita, unos relatos históricos e íntimos extraordinarios y emocionantes de cada obra. 





Contaba, por ejemplo, sobre La Venus en el Espejo, (en este caso lo explica obviamente sin el cuadro delante, ya que se encuentra en el National Gallery, Londres, se lo está contando a Paquita mientras toman un café), que en la década de 1640, Velázquez había alcanzado la cúspide de su fama y al margen de sus obligaciones como pintor de la corte, recibía y aceptaba encargos de importantes personalidades de la nobleza y el clero. 

Uno de estos clientes fue don Gaspar Gómez de Haro, hombre con mucho poder y apasionado del arte le encarga, pues, que le haga un desnudo de tipo mitológico, una Venus. Teniendo en cuenta que estamos en la época inquisitorial, era del todo insólito. 

El cliente quería que no se supiera por nadie, y Velázquez lo hizo con gusto, luego don Gaspar lo escondió por años, nadie sabía de su existencia, hasta que esa generación estuvo viva. Nunca se supo si la modelo del cuadro era una prostituta (normal de la época) o bien la amante de don Gaspar, y que quería perpetuar su cuerpo en una tela. Y digo su cuerpo, porque la cara fue deliberadamente velada para que no se supiera quién era. Se supone que lo pintó sobre el 1648, porque a partir de ese año se fue a Italia. 

Y lo curioso de esta historia es que Velázquez, a escondidas de todos y sobre todo de don Gaspar, hizo una segunda copia para él, igualmente desnuda pero con las facciones claramente definidas. 

Al pintarla, Velázquez incurrió en varios peligros. Si hubiera trascendido, el escándalo habría sido mayúsculo, podría haber tomado cartas en el asunto la Inquisición, o el mismísimo don Gaspar, que hubiera impuesto una venganza sangrienta. 

Solo una pasión irrefrenable pudo llevar a un hombre de natural sereno, casi apático, como Velázquez, a cometer semejante locura. El caso es que temiendo ser descubierto, decidió poner tierra por medio y se fue unos años a Italia, no le costó convencer a Felipe IV de que le enviase, llevándose consigo el segundo retrato. 

La cuestión es que al regreso, serenada la pasión tras una larga ausencia, dejó el cuadro en Italia, probablemente en Roma. Andando el tiempo, alguien se hizo con él, lo trajo a España y nunca se supo más de él ni de quién lo tiene, obviamente escondido. 

El libro tiene una mezcla de historia (transcurre a pocos meses del estallido de la Guerra Civil), y de arte que me encantó. La intriga es muy entretenida, siempre en tono burlesco, propio del escritor y al que nos tiene acostumbrados. 


Goya, Riña de Gatos



Curiosa novela sobre Velázquez en la que no se habla en ningún momento de ninguna riña de gatos. Porque en la realidad, quien pintó la riña de gatos fue Goya.


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